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Cuando las cosas no eran desechables Left_bar_bleue0 / 1000 / 100Cuando las cosas no eran desechables Right_bar_bleue


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Cuando las cosas no eran desechables Empty Cuando las cosas no eran desechables

6/5/2009, 5:39 am
Sin abusar....
¿Cómo no compartirlo...?

Un abrazo.
(Para mayores de 40) y por que no mas jóvenes...


Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo
tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a
alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los
críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los
planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran
a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus
propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los
pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si,
ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los
desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las
calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los
repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es
que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por
dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no
lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música
una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la
computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma
plástica de los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero
inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se
compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas,
fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos
tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia
y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen
adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al
poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo
obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers
casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el
electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones
para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto,
producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos
40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando
yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al
gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo
XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la
veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las
quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían
de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido
mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el
'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al
'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo
cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el
número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la
misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre
como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo
que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a
servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos
explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de
guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de
nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de
infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren
que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos
meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se
valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se
consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer
cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los
cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni
cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo
guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo
para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta
para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se
convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le
sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita
para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la
escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles,
ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca
usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se
quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto
cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.
Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico,
capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores
sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a
su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar
encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la
recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta
partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo
escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de
sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin
su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del
congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que
darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos
a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera
menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los
diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de
goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las
cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún
resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los
cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del
almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si
algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque
podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba
prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros
álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían
cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con
tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los
mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la
inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de
bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de
ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos
derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un
palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la
muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones
deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos
eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se
convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la
copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a
tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las
copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta
teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en
adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos
de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas
de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una
botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores
que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a
hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son
desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son
descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con
personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va
perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado
efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir
que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron
perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte
apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian
por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna
función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y
glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de
celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que
plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una
señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento
para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la
'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Hasta aquí Eduardo Galeano.

Saludos....
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